El Parador favorito de Fernando Aramburu
15 de Octubre 2024
Texto
Luis Tejedor

Desde que Patria, en 2016, se convirtiera en un éxito descomunal, cada estreno literario de Fernando Aramburu es un evento editorial al que no perder de vista. En su última novela, El Niño, el autor toma un trágico suceso en la Euskadi de los ochenta –la muerte de cincuenta niños por una explosión accidental– para diseccionar el efecto del dolor en una familia. Diferentes estrategias para afrontar el duelo en las que cualquiera puede reflejarse.

Su última obra, El niño, parte de la explosión que se cobró la vida de cincuenta niños en Ortuella. ¿Qué vio en esta tragedia para rescatarla del olvido?

Esta novela surgió de la confluencia de un recuerdo que nunca dejó de estar vivo en mi memoria y de la circunstancia de que estoy empeñado en un proyecto de serie narrativa centrado en historias de gente de mi tierra natal. Vamos a decir que yo acudí al tema al mismo tiempo que el tema vino a mí. Durante más de dos décadas ejercí de docente en Alemania. En los grupos a los que atendía había niños de la edad de los que fallecieron en el accidente de Ortuella; de ahí, en parte, que nunca olvidara aquel suceso. Solo faltó encontrar el tono y la manera para ponerme a escribir el libro.

A la hora de enfrentarse a una pérdida dolorosa, cada persona traza su camino. ¿Estos abismos son los que mejor nos miden como humanos?

Yo diría que nuestra respuesta es siempre humana, sin necesidad de plantearnos a cada rato qué somos ni quiénes somos. Y esa misma respuesta se produce cuando la vida es dadivosa con nosotros y nos dispensa fortuna y alegría. Ahora bien, cada uno está hecho de su particular sustancia psicológica, obedece a unos determinados patrones socioculturales, tiene su propio nivel económico y educativo, y su reacción ante la desgracia dependerá de todos esos factores. No otra cosa cuenta mi novela, sino las distintas estrategias vitales que adoptan los protagonistas para afrontar el duelo.

¿Cabe encontrar sentido al dolor o bastante hacemos con sobrellevarlo?

Todo nos conforma, también el dolor, y no descarto que haberlo conocido en primera persona fomente en nosotros sentimientos positivos de empatía, de solidaridad, de sana aceptación. Siendo joven, se me cayó al suelo un disco de vinilo por el que sentía gran aprecio. No se rompió del todo, pero quedó desportillado, lo que me impedía escuchar la primera canción de cada cara. No tenía dinero para comprarme otro, así que me conformé con renunciar a dos canciones, lo que me impedía seguir disfrutando del resto. Barrunto que con los infortunios de la vida sucede lo mismo.

Curiosamente, hoy se habla mucho de empatía, pero da la sensación de que estamos insensibilizados ante los dramas ajenos…

Por fuerza somos hijos de nuestro tiempo. A diario nos sirven en los medios de comunicación y en Internet torrentes de noticias luctuosas, de explosiones y muertos, de accidentes mortales y asesinatos. ¿Cómo asumir desde la sensibilidad personal semejante abundancia de desgracias? Uno, más que sentir, constata, incapacitado de vincularse emocionalmente con todo lo que le cuentan. Sin embargo, cuando el dolor irrumpe cerca y afecta de lleno a un ser cercano, entonces nuestra empatía se siente interpelada y lloramos y nos compadecemos y no somos los hombres insensibles que creíamos ser.

En El niño culmina la personificación del texto, que ya apuntaba maneras en otras obras suyas. ¿Le gusta ponerse dificultades a la hora de plantear sus novelas?

Me complacen las dificultades de tipo formal. De hecho, no hay ningún título de cuantos integran la serie Gentes vascas que no contenga algún tipo de reto técnico. ¿Por qué hago esto? Pues porque de esa manera, al desafiarme a mí mismo, me mantengo productivo. Tampoco voy a negar que cierto grado de experimentación, con su innegable componente lúdico, contribuye a hacerme gustoso el trabajo.

Las mujeres de sus obras son personajes deliciosos y los hombres son retratados con mayor severidad. ¿Mérito femenino o demérito masculino?

No estoy seguro, pero esta particularidad acaso sea un reflejo del universo humano en el que me crie, donde abundaban las mujeres valerosas, trabajadoras, de sólida personalidad, junto a los hombres a menudo fornidos, pero de psicología frágil. Dicho esto, añadiré que había excepciones como también las hay en mis libros.

Partiendo de este suceso, pinta un fresco sobre aquel País Vasco de los ochenta. ¿Hubieran cambiado las reacciones humanas en otro tiempo y otro lugar?

Me inclino a pensar que la experiencia de la pérdida es universal. Yo no creo que un lector polaco o argentino necesite notas al pie de página para entender mi novela, aun cuando la ambientación y la historia del lugar confieran a la narración un toque particular.

Respecto al trauma del terrorismo, ¿se ha afrontado este drama con honestidad? ¿Hemos pasado página o hemos escondido la porquería bajo la alfombra?

Afortunadamente el terrorismo no se practica en nuestro país, ya no tenemos que soportar a una banda terrorista en activo y, por tanto, el tema está muy omitido en las noticias de actualidad. Esto no significa que haya que olvidarlo por decreto. Aún hay mucho que escribir y recordar. Aún quedan las víctimas, que lo serán siempre, y los victimarios, unos arrepentidos, otros orgullosos de los crímenes que perpetraron. La disputa por hacer prevalecer este o el otro relato está servida y perdurará.

No parece que le afecte mucho su éxito literario. ¿Será cosa de la austeridad germana después de tantos años residiendo en Hannover?

El éxito me parece bien a condición de que no me prive de serenidad. Si hay que dar las gracias las doy, pero luego vuelvo a mi casa, a mis lecturas, a mis paseos, en fin, a mis plácidas rutinas y con eso tengo de sobra.

Es de suponer que disfruta de España cada vez que vuelve al país. ¿Conoce la red de Paradores? ¿Tiene algún favorito?

Conozco algunos paradores, en particular el de Zafra, donde merced al Premio Dulce Chacón me alojé en tres ocasiones. Me encantó.

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