Las peripecias de los contrabandistas de antaño son un clásico del imaginario colectivo de pueblos y ciudades fronterizos que, durante siglos, han visto como muchos de sus paisanos se acogían a este modus vivendi como vía de subsistencia. La comarca catalana del Alt Urgell y, concretamente, las villas más cercanas a Andorra, no fueron una excepción.
Ahora las panorámicas que ofrecen estos lugares parecen sacadas de una postal.
Panorámica Alt Urgell.
No son pocos los mitos, leyendas y otras historias menos fabulosas acerca de la antigua figura del contrabandista. Pastores autóctonos que conocían los recovecos de las montañas como la palma de sus manos y, cargados hasta las cejas, "pasaban" productos de un lado al otro de la frontera hispano-andorrana, intentando ahuyentar la mirada siempre atenta de la Guardia Civil. Pesados fardos a sus espaldas que podían alcanzar los cuarenta kilos. Bultos repletos de perfumes, medicamentos, alimentos y, sobre todo, tabaco. El producto estrella del estraperlo entre Andorra y la Seu d'Urgell.
En sus inicios, lejos de verse como algo ilegal, este "trabajo" se aceptaba como una forma de escapar de la miseria. No tenía pizca alguna de romanticismo. Tarea muy dura que servía para alimentar a la familia. Noches al raso, temperaturas gélidas y una capacidad física llevada al límite día tras día. Las condiciones eran extremas y sólo las afrontaban quienes conocían bien las montañas y eran capaces de soportar lluvia, frío y nieve, transportando kilos y kilos de mercancías contra sus huesos, mayormente de noche.
Vista de los Pirineos y de Alt Urgell.
El contrabando por la zona data de siglos atrás cuando se hacía a pie o, con suerte, a lomos del mismo animal con el que se acababa comerciando. Años más tarde llegaron los todo terreno y las organizaciones criminales, que poco o nada tienen que ver con el afán de supervivencia primitivo. Pero permanecen los mismos caminos que unos y otros cruzaron a un lado y otro de la frontera. Algunas se han convertido en reclamo turístico. Son rutas que descubren parajes de una belleza colosal. Cierto es que el Alt Urgell es un gran desconocido de la geografía catalana. El lugar transmite paz, sosiego y, sobre todo, silencio. Adentrarse en una de las tantísimas sendas que existen propone dibujar un recorrido por diminutas aldeas de gran riqueza paisajística y cultural. Descubrir pequeñas iglesias románicas, cual tesoros enclavados en rincones singulares.
¿Cuántos caminos se conocen hoy? Existen tantos como la imaginación -o la pericia- del contrabandista permitían. Muchos son pistas forestales, carreteras asfaltadas, pero durante tiempo fueron rutas intransitables donde los contrabandistas sufrían mil y una calamidades. Algunas sólo son accesibles para osados todoterrenos o motos de montaña. Otras, en cambio, se pueden llevar a cabo sin ninguna dificultad en coche e incluso a pie. Porque lo mejor de estos caminos es, el paisaje que los rodea.
Vacas en Bescaran.
Una de las más habituales era la que parte de la Rabassa (Andorra) y, desde allí, sigue su camino hasta España. Ya en territorio catalán, el trayecto propone descubrir las pequeñas villas de Bescaran y Estamariu. Ubicados a escasos quilómetros de la Seu d'Urgell y a poca distancia entre sí, son de parada obligada por su inmensa belleza. A los pies de la Serra del Cadí estas dos diminutas aldeas comparten una estética similar. Casitas de piedra con tejados de pizarra, tan típicas del Pirineo Catalán. En las afueras de Estamariu, la iglesia de San Vicenç es una de las más relevantes del románico de la zona, datada del siglo X o principios del XI. Otros atractivos codiciados son los pueblos que complementan el resto de la ruta: Alàs, Vilanova de Banat, Lletó y la Vall de la Vansa. Antiguamente el camino seguía hacia Gósol y, desde allí era habitual que el tabaco se cargara en el tren que llegaba a Guardiola de Berguedà para acabar distribuyéndose por el área metropolitana de Barcelona.
Una buena manera de conocer estos lugares es en bicicleta de montaña y recorrer la que se denomina la vuelta a Lletó, que nos permite disfrutar lentamente del paisaje. Entre los monumentos más destacados se encuentran distintas joyas del románico como la iglesia de la Mare de Déu de les Peces, ubicada en la cima de la colina de Alàs. Las panorámicas que ofrecen estos lugares son de postal.
No se puede obviar la elogiada gastronomía de la zona que es casi pecado no degustar. Merece la pena saborear cualquiera de los platos típicos de la zona, deliciosos caracoles a "la llauna" o jugosas carnes a la brasa, así como sus ricos quesos y embutidos.
Redondo de ternera bruneta del Pirineo con ciruelas y patatas.
El Parador de La Seu d´Urgell. Enclave privilegiado en el Pirineo catalán
Ubicada en el corazón de los Pirineos, a los pies de la Sierra del Cadí, se encuentra la ciudad más importante del norte de la provincia de Lleida: La Seu d'Urgell. En esta localidad de montaña, rodeada de naturaleza hallamos el parador con un claustro renacentista que no deja indiferente a nadie.
En su restaurante, el equipo de Cocina prepara la mejor muestra gastronómica de estas tierras, como las Milhojas de Foie con Manzana del Pla D´Urgell y Cebolla Caramelizada, la Escudella Barrejada (cocido típico), Jarrete de Bruneta con Ciruelas Maceradas al aroma de Té o Medallones de Ciervo con Manzana y Salteado de Hortalizas en Textura.
Texto: Anna Burgstaller
Fotos: Paradores / Shutterstock