El pelotazo del señor duque
18 de Agosto 2023
Texto
Luis Tejedor

 Nada nuevo bajo el sol. Entre 1601 y 1606, el Duque de Lerma perpetró una operación magistral, el traslado y retorno del rey y su corte entre Madrid y Valladolid. Los beneficios de la venta de terrenos le convirtieron en el hombre más rico de su tiempo. Hoy queda, como legado de su poder, el magnífico Parador de Lerma, cuya redecoración le convierte en un destino sencillamente imprescindible.

“Rey que cierra los ojos, da la guarda de sus ovejas a los lobos, y el Ministro que guarda el sueño a su Rey, le entierra, no le sirve”.
Francisco de Quevedo y Villegas 

Entre todos los granujas de nuestra historia, don Francisco de Sandoval y Rojas (Tordesillas, 1553-Valladolid, 1625) hace podio sobradamente. Al primer duque de Lerma le corresponde el honor de apuntarse la operación de especulación inmobiliaria más sustanciosa que vieron los siglos. Con el beneplácito de Felipe III, Sandoval trasladó la corte a Valladolid (1601) y la trajo de vuelta a Madrid (1606) comprando terrenos en ambas villas por cuatro perras que, en cada mudanza de la corte, eran vendidos por un dineral. 

Ciertamente, el rey se lo puso fácil. Felipe III no había heredado la ambición imperial ni la prudencia de su padre y tenía más interés en la caza, el teatro y los juegos de mesa. El hispanista John Lynch se refiere al tercero de los Austrias como “el rey más vago de la Historia de España”. Y punto. Para la farragosa tarea de gobernar las Españas, el monarca delegaba en su valido, Sandoval, ávido de poder y de riquezas.

El duque de Lerma era un arribista cuyas aspiraciones venían de lejos. Nacido en una familia aristocrática, don Francisco supo ganarse la confianza de Felipe III desde que fuera heredero del trono. No en vano, contaba con el antecedente de su abuelo, Francisco de Borja, que fue consejero de Carlos V. Claro que Francisco de Borja subió a los altares y el Duque tuvo que comprar el capelo cardenalicio para escapar del cadalso.

Su firma valía tanto como la del rey. Tanto cortaba el bacalao de la política española, que tejió una red de familiares, amigos, hombres de confianza y nobles en deuda con él. Gracias a esta maraña clientelar, el duque reforzó su posición como el hombre más rico y poderoso del país. Hasta el mismísimo nuncio del Papa, en su correspondencia, lo retrataba como “el que maneja al actual rey, y de él depende el movimiento de todos los negocios”. 

En aquella España fatigada por las guerras, se firmó la paz con Inglaterra, Francia y Holanda para dar cuartel a las arcas reales. Los más escépticos apuntan a que la intención de Sandoval era embolsarse los fondos previstos para las campañas militares. Además, se llevó a término una de las calamidades más chapuceras del pasado: la expulsión de 300.000 moriscos. Fue un drama inestimable, que también privó a las huertas levantinas de sus agricultores cualificados y a la hacienda de probos pagadores.
 

Una capital de ida y vuelta
El duque, consumado jugador de cartas, trazó una jugada maestra: el traslado de la corte a Valladolid en 1601. Sobre el papel, era el crimen perfecto. Alejaba al rey de la influencia de su abuela, la emperatriz María de Austria y, mayormente, se hacía de oro. El golpe requirió cierta planificación y, en eso, el duque era un lince. Compró allí como  gangas el patronato de la iglesia, el monasterio dominico y el palacio de la plaza de San Pablo. La llegada de los reyes a la ciudad castellana, y de 10.000 funcionarios y nobles, hinchó los precios y multiplicó el valor de la venta de estos inmuebles adquiridos por Sandoval. La burbuja inmobiliaria antes de la burbuja inmobiliaria. 

El doble salto mortal consistió en dar el paso inverso cinco años después: volverse a Madrid. Para entonces, ya no vivía la molesta abuela de Felipe III y los 250.000 ducados que, además, ofrecía la Villa para volver a ser Corte fueron un lubricante poderoso. El Duque de Lerma compró por 80.000 maravedíes los depreciados edificios entre la actual plaza de Neptuno y Atocha y los vendió por una auténtica fortuna, 55 millones. ¡Chapeau!

Como en toda partida, llega un momento en que la suerte salta por la ventana. Las alfombras ya no tapaban tanta desvergüenza y la justicia puso su mira en Francisco de Sandoval. Tiene un punto poético, pues quien habría de traicionarle fue su propio hijo, el duque de Uceda, con el Conde-Duque de Olivares. Sus colaboradores fueron ejecutados, pero aún le quedó un rasgo de brillantez para salvar el pellejo, solicitando a Roma, previo pago, el cardenalato de la Iglesia Católica. Todavía se recuerda la coplilla que decía “para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se vistió de colorado”.

Parador de Lerma, el tesoro del duque
Lo había concebido como una muestra de su omnipotencia. Comenzó a construirse en 1601 en la plaza mayor de esta ciudad burgalesa, con esa solidez herreriana que pregonaba el poder de su dueño. Tanta fue la chulería del duque que el edificio cuenta con cuatro torres, cuando solo los palacios del rey disponían de este privilegio. Interpelado por Felipe III, la respuesta de Sandoval no tiene desperdicio, “dos me corresponden por ser duque y otras dos que vos me concedisteis”. Genio y figura.

El Parador de Lerma, antiguo palacio del duque, mantiene viva la llama del gusto de Francisco de Sandoval, un auténtico mecenas, por la pintura. Su propuesta artística plantea un proyecto expositivo basado en la convivencia de lo clásico y lo contemporáneo, haciendo un guiño a la historia del edificio y a la filosofía de Paradores.

 
 

A finales del año pasado, culminó su proyecto de redecoración y definió su nueva colección artística. Para ello, han contado con tres artistas fundamentales en el panorama actual como Rubén Rodrigo, Lino Lago y José Manuel Ballester, que ahondan con lenguajes nuevos en reconocidas obras clásicas. De esta manera, se han incorporado a la colección del Parador las obras Estudio para una crucifixión después del Greco I y II, de Rubén Rodrigo, Lugar para Anunciación, de José Manuel Ballester, y Fake Abstract, de Lino Lago. La propuesta de arte clásico incluye la gran talla de la Virgen en el Trono (siglo XIV), y un tapiz de gran formato, del XVII, de manufactura española en Flandes.

La nueva imagen del Parador de Lerma se completa gracias a un proyecto de redecoración centrado, sobre todo, en el Patio de Bolaños, corazón del Palacio. Gracias a esta intervención, este espacio tiene más calidez y dinamismo. Además, se han restaurado las alfombras de este establecimiento, confeccionadas por la Real Fábrica de Tapices que se combinan con su mobiliario y las piezas contemporáneas.