Joyas reales del Cantábrico
12 de Julio 2022
Texto
Luis Tejedor
Fotos
Editorial MICE/Paradores

De Isabel II a Alfonso XIII, los reyes de España hicieron de Santander y San Sebastián su reposo veraniego. Cuando el calor convertía Madrid en una ciudad invivible, la Familia Real hacía el equipaje para encontrar solaz en la costa cantábrica. Las dos capitales norteñas aún conservan ese aire elegante labrado por la predilección de reyes y reinas.

Todo empezó con un anuncio en la prensa. En el lejano verano de 1847, La Gaceta de Madrid publicaba el 16 de julio una pieza cuyo título rezaba Baños de Oleaje en El Sardinero. En aquellos tiempos de incipiente turismo, Santander ya daba los primeros pasos para convertirse en un destino a la altura de lujosos enclaves como Biarritz, Mónaco o Estoril.

 

Santander

 

La reina Isabel II fue determinante a la hora de animar a la aristocracia y la burguesía a tomar los salutíferos baños de ola en aguas cántabras. La reina, que contaba por entonces con diecisiete añitos, sentía hastío hacia las costumbres de sus mayores. Cada verano los Borbones se instalaban en La Granja del Real Sitio de San Ildefonso para dar rienda suelta a su mayor afición: la caza. Isabel, claro, tenía otros planes.

La reina, además, padecía psoriasis y sus médicos le recomendaron pasar una temporada en el mar para aliviar su dolencia. Comenzó su periplo costero en Barcelona y San Sebastián, pero fue en Santander donde ordenó levantar una caseta en la Playa del Sardinero para tomar el sol sin ser molestada.

Aquello fue el inicio de una encarnizada competición entre las dos ciudades cantábricas, para alzarse con la honrilla de cobijar a la familia real durante la temporada estival. La visita de la Reina atraía a un buen número de veraneantes, con sus buenos cuartos, por lo que era fundamental ganarse el favor de Isabel.

La reina, famosa por su volubilidad, azuzó esta rivalidad y visitaba ambas ciudades. Y también la villa pesquera de Lequeitio, que le pillaba en medio. El espaldarazo definitivo a Santander llegó en 1861, cuando decidió pasar allí una temporada estival.

Poco antes de ser desalojada del trono en 1868, por la llamada Revolución Gloriosa, la prensa daba cuenta de sus vacaciones, en Lequeitio esta vez, en una crónica que hoy es una delicia por su escasa capacidad de predicción: “La Reina distribuye su tiempo entre las audiencias, el paseo, su tratamiento balneario y la atención a los asuntos de España con sus consejeros. Los señores Roncalli y Marfori gozan de su favor. El cambio de gobierno no parece inminente”.

 

Palacio de la Magdalena

 

No sólo cambió el Gobierno, sino que la propia Isabel tuvo que poner pies en polvorosa camino de Francia. El de 30 de septiembre de 1868, abandonó San Sebastián en tren acompañada de su marido, Francisco de Asís, y de su amante de entonces, Carlos Marfori, un galanazo que había prosperado en política gracias a sus buenos contactos.

Aún habría otra ocasión en la que la reina dejó su exilio parisino para visitar Santander. Fue el 30 de julio de 1876, en compañía de sus tres hijas menores.

 

San Sebastián y la (sufrida) reina Regente

Una vez restaurada la monarquía, la familia real española volvió a su querencia por el norte. Así, la regente María Cristina –esposa de Alfonso XII y madre de Alfonso XIII– y su corte se trasladaban cada verano, durante tres décadas, al Palacio de Miramar en San Sebastián, frente a la bahía de la Concha.

Aquellas temporadas estivales eran un bálsamo para María Cristina de Habsburgo y le ayudaban a sobrellevar sinsabores políticos –como la pérdida de Cuba y Filipinas– y personales, dada la perseverante sucesión de infidelidades de su regio esposo.

 

 Peine de los Vientos

 

El florecimiento de la ciudad tuvo mucho que ver con su presencia, que la convirtió en destino para la élite europea. La ciudad correspondió con el nombramiento de Alcaldesa Honoraria y la dedicatoria de un puente, una calle y un hotel que llevan su nombre. Eran días de crecimiento frenético y la playa de la Concha, el centro neurálgico de los veranos españoles. Allí se levantaron el Casino (hoy Ayuntamiento), el Teatro Victoria Eugenia y el Hotel María Cristina.

 

Los alegres veranos de Alfonso XIII

El espectáculo era digno de ser visto. Cada llegada de los reyes a Santander suponía una sucesión de eventos en los que la ciudad mostraba respeto a tan ilustres visitantes. Alfonso XIII pasaba revista a las tropas en el muelle ante la corporación municipal. A las puertas del Palacio de la Magdalena, regalo de la ciudad a los monarcas, señoritas de las mejores familias, de tiros largos, les ofrecían flores y el Cuerpo de Bomberos hacía un arco humano para celebrar su llegada.

La reina Victoria Eugenia se reencontraba con una tierra semejante a su Escocia natal, por su clima y paisaje. Ella misma decidió la decoración de La Magdalena para sentirse todavía más en casa. Alfonso XIII, menos interesado en la sensibilidad estética, pasaba el tiempo enfrascado en sus deportes favoritos: tenis, polo, vela y, sobre todo, caza.

 

Palacio de la Magdalena

 

Santander, en esos días verdadera sede de la corte, organizaba competiciones deportivas, recepciones y eventos sociales de alto copete. Tenían un particular éxito las llamadas garden parties, en beneficio de Cruz Roja, celebradas en Villa Piquío. Eran veladas donde alternaban las familias más sobresalientes de la ciudad con los reyes y la aristocracia.

Tiempos de sombrero de canotier y faldas almidonadas. Todo era bello y posible. Pero una sombra se cernía sobre la espuma. No tardaría en caer sobre aquellos veranos el plomo del siglo XX y ya nada volvió a ser como antes. Aún, por suerte, nos queda la historia que cuentan las postales en blanco y negro como testigo mudo.

 

 

Estancias a cuerpo de rey

Paradores cuenta con una amplia red de hoteles con encanto en la región cántabra, donde reposar a cuerpo de rey. En Limpias espera un palacio del siglo XX convertido en Parador, en un lugar recogido, que invita al descanso y al paseo por sus cuidados jardines

 

Parador de Limpias

 

En la bella localidad de Santillana del Mar, declarada Monumento Nacional, la sorpresa llega por partida doble. La noble casona de los Barreda-Bracho, de confortables habitaciones y estancias diáfanas, con suelo de madera y elegante decoración tradicional, da nombre hoy al Parador de Gil Blas.

 

Parador Santilla Gil Blas

 

Y, muy cerca, otra casona con encanto, de nueva construcción que mantiene la arquitectura típica de la zona, alberga el Parador de Santillana del Mar.

 

Parador de Santillana del Mar

 

Para los amantes de la imponente verticalidad y el paisaje idílico de las montañas del Parque Nacional de Picos de Europa, queda el Parador de Fuente Dé. Un moderno hotel de montaña en la comarca de Liébana, cálido y acogedor, que ofrece exquisitos platos caseros de la cocina tradicional cántabra, como el cocido lebaniego o el solomillo al queso de Tresviso.

 

Parador de Fuente Dé

 

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